martes, 19 de febrero de 2019

Baharistán 002




Xirín se mostraba exultante: «El viernes pasado», seguía escribiendo, «algunos jóvenes mollahs intentaron provocar un alboroto en el bazar. Calificaban a la Constitución de innovación herética y querían incitar a la gente a manifestarse ante el Baharistán, sede del Parlamento. Sin éxito. Por más que se desgañitaban, los ciudadanos permanecían indiferentes. De vez en cuando un hombre se detenía, escuchaba un retazo de arenga y luego se alejaba encogiéndose de hombros. Al fin llegaron tres ulemas, entre los más venerados de la ciudad, que, sin miramientos, invitaron a los predicadores a volver a sus casas por el camino más corto y sin levantar los ojos por encima de sus rodillas. Apenas me atrevo a creerlo, el fanatismo ha muerto en Persia».
Utilicé esta última frase como título de mi mejor artículo. La princesa me había contagiado de tal modo su entusiasmo que mi texto fue un verdadero acto de fe. El director de la «Gazette» me recomendó ponderación pero, a juzgar por el número de cartas que recibí, los lectores aprobaron mi vehemencia.
Una de ellas estaba firmada por un tal Howard C.Baskerville, estudiante de la Universidad de Princeton Nueva Jersey. Acababa de obtener su diploma de Bachelor of Arts y deseaba ir a Persia para observar de cerca los acontecimientos que yo describía. Una de sus frases impresionó: «Tengo la profunda convicción, en este comienzo de siglo, de que si Oriente no consigue despertarse, pronto Occidente no podrá dormir más.» En mi respuesta le animaba a hacer ese viaje, prometiendo proporcionarle, cuando estuviera decidido a ello, los nombres de algunos amigos que podrían ayudarle.
Algunas semanas más tarde, Baskerville vino hasta Annápolis para anunciarme de viva voz que había obtenido un puesto de maestro en la Memorial Boys’ School de Tabriz, dirigida por la Misión presbiteriana americana; enseñaría a los jóvenes persas el inglés y las ciencias. Se marchaba enseguida y solicitaba consejos y recomendaciones. Le felicité calurosamente y, sin refleMonar demasiado, le prometí pasar a verlo si volvía a Persia.
No pensaba ir tan pronto. No eran deseos lo que me faltaba, pero dudaba aún de hacer ese viaje a causa de las falaces acusaciones que pesaban sobre mí. ¿No era el presunto cómplice en el asesinato de un rey? A pesar de los vertiginosos cambios sobrevenidos en Teherán, temía que, en virtud de alguna orden polvorienta, me detuvieran en la frontera sin que pudiera alertar a mis amigos o a mi Legación.
Sin embargo, la partida de Baskerville me incitó a efectuar algunas gestiones para regularizar mi situación. Había prometido a Xirín no escribirle nunca y, como no quería arriesgarme a ver interrumpida su correspondencia, me dirigí a Fazel, cuya influencia, lo sabía, se afirmaba cada día más. En la Asamblea Nacional, donde se tomaban las grandes decisiones, era el más escuchado de los diputados

Su respuesta me llegó tres meses más tarde, amistosa, cálida y sobre todo acompañada de un papel oficial, que llevaba el sello del Ministerio de justicia, precisando que estaba exculpado de toda sospecha de complicidad en el asesinato del antiguo shah; en consecuencia estaba autorizado a circular libremente por todas las Provincias de Persia.

Sin esperar más, me embarqué para Marsella y de allí para Salónica, Constantinopla y luego Trebisonda, antes de rodear, montado en una mula, el monte Ararat hasta Tabriz.

Llegué un caluroso día de junio. Apenas tuve tiempo para instalarme en el caravasar del barrio armenio cuando ya el sol estaba a ras de los tejados. Sin embargo, tenía interés por ver a Baskerville lo antes posible y con esa intención acudí a la Misión presbiteriana, un edificio bajo pero extendido, recién pintado de blanco resplandeciente en un bosque de albaricoqueros. Dos humildes cruces sobre la verja, y en el tejado, encima de la puerta de entrada, una bandera estrellada.

Un jardinero persa vino a mi encuentro para conducirme al despacho del pastor, un individuo corpulento, barbudo y pelirrojo con aspecto de hombre de mar, que me dio un apretón de manos firme y hospitalario. Antes incluso de invitarme a tomar asiento, me propuso albergarme lo que durara mi estancia.

– Tenernos siempre una habitación preparada para los compatriotas que nos dan la sorpresa de su visita y rato nos honran con ella. No le estoy dando un trato especial, sólo sigo la costumbre establecida desde la fundación de esta Misión.

Me excusé lamentándolo sinceramente.

– Ya he dejado mi maleta en el caravasar y tengo pensado proseguir mi camino hacia Teherán pasado mañana.

– Tabriz se merece más que una visita precipitada, ¿Cómo puede usted venir hasta aquí y no perderse día o dos por los dédalos del mayor bazar de Oriente, no contemplar las ruinas de la mezquita Azul mencionada en Las mil y una noches? En nuestros días, los viajeros tienen demasiada prisa, prisa por llegar, por llegar a toda costa, pero no se llega solamente al final del camino. En cada etapa se llega a alguna parte, a cada paso se puede descubrir una cara oculta de nuestro planeta, basta con mirar, con desear, con creer, con amar.

Parecía sinceramente desolado al verme tan mal viajero. Me sentí obligado a justificarme.

– El caso es que tengo un trabajo urgente en Teherán. He dado un rodeo por Tabriz sólo para ver a un amigo que enseña aquí, Howard Baskerville.

La sola mención de ese nombre enrareció la atmósfera. Puso fin a la jovialidad, a la animación y al reproche paternal y sólo quedó una mirada confusa que juzgué, incluso, huidiza. Un pesado silencio y luego:

– ¿Es usted amigo de Howard?

– En cierto sentido, soy responsable de su venida a Persia.

– ¡Gran responsabilidad!

En vano busqué en sus labios una sonrisa. Súbitamente me pareció abrumado y envejecido, con los hombros caídos y una mirada que se volvió casi suplicante,

– Dirijo esta Misión desde hace quince años, nuestra escuela es la mejor de la ciudad y me atrevo a creer que nuestra obra es útil y cristiana. Aquellos que toman parte en nuestras actividades tienen empeño en el progreso de esta región, si no, créame, nada les obligaría a venir desde tan lejos para enfrentarse con un medio a menudo hostil.

No tenía ninguna razón para dudar de ello, pero la vehemencia que el hombre ponía en defenderse me molestaba. Sólo estaba en su despacho desde hacía algunos minutos, no le había acusado de nada, no le había pedido nada. Me contenté, pues, con asentir cortésmente con la cabeza. Él prosiguió:

– Cuando un misionero da muestras de indiferencia frente a las desgracias que abruman a los persas, cuando un maestro no siente ninguna alegría ante los progresos de sus alumnos, le aconsejo encarecidamente que regrese a los Estados Unidos. Puede suceder que el entusiasmo decaiga, sobre todo entre los más jóvenes. ¿Hay algo más humano?

Terminado este preámbulo, el reverendo calló. Sus gruesos dedos agarraban nerviosos su pipa. Parecía tener dificultad en encontrar las palabras. Creí mi deber facilitarle la tarea. Y adoptando un tono de lo más indiferente, dije:

– ¿Quiere decir que Howard se ha desanimado después de algunos meses, que su pasión por Oriente se ha revelado pasajera?

Se sobresaltó.

– ¡Dios mío, no, no Baskerville! Trataba de explicarle lo que sucede a veces con algunos de nuestros neófitos. Con su amigo ha sucedido a la inversa y estoy mucho más preocupado. En cierto sentido es el mejor maestro que jamás hayamos contratado, sus alumnos hacen progresos prodigiosos, para sus padres no hay otro igual y la Misión nunca ha recibido tanto regalos, corderos, gallos, dulces, todo en honor de Baskerville. El drama con respecto a él es que se niega a comportarse como un extranjero. Si se divirtiera vistiéndose a la manera de la gente de aquí, alimentándose de polow y saludándome en el dialecto del país, me habría contentado con sonreír. Pero Baskerville no es hombre que se detenga en las apariencias. Se ha lanzado desenfrenadamente a la lucha política en clase, elogia a la Constitución, anima a sus alumnos a criticar a los rusos, a los ingleses, al shah y a los mollahs retrógrados. Sospecho, incluso, que es lo que aquí se llama un «hijo de Adán», es decir, un miembro de las sociedades secretas.

Suspiró.

– Ayer por la mañana tuvo lugar una manifestación ante nuestra verja, dirigida por dos de los más eminentes jefes religiosos, para exigir la partida de Baskerville o, en lugar de ello, el cierre puro y simple de la Misión. Tres horas más tarde, otra manifestación se desarrollaba en el mismo lugar para aclamar a Howard y exigir que se le mantuviera en su puesto. Comprenderá que si se prolonga semejante conflicto no podremos permanecer en esta ciudad por mucho tiempo.

– Supongo que ya ha hablado usted de ello con Howard.

– Cien veces y en todos los tonos. Invariablemente responde que el despertar de Oriente es más importante que la suerte de la Misión, que si la revolución constitucional fracasara nos obligarían de todas maneras a partir. Por supuesto, siempre puedo poner fin a su contrato, pero ese acto sólo suscitará incomprensión y hostilidad por parte de los que, entre la población, nos han apoyado siempre. La única solución sería que Baskerville aplacara sus fervores. ¿Quizá pueda usted hacerle entrar en razón?


viernes, 15 de febrero de 2019

Pedro Calderón de la Barca (Biografía)


Pedro Calderón de la Barca



Pedro Calderón de la Barca (Madrid17 de enero de 1600-ibidem25 de mayo de 1681) fue un escritor español, caballero de la Orden de Santiago, conocido fundamentalmente por ser uno de los más insignes literatos barrocos del Siglo de Oro, en especial por su teatro.

Biografía
Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño nació en Madrid el viernes 17 de enero de 1600 y fue bautizado en la parroquia de San Martín. Su padre, Diego Calderón, era hidalgo de origen montañés (VivedaCantabria); heredó de su padre el cargo de secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda, y sirvió en él a los reyes Felipe II y Felipe III. Su padre se casó en 1595 con Ana María de Henao, perteneciente a una familia también de origen noble.1​ Pedro fue el tercero de los seis hijos que el matrimonio alcanzó a tener (tres varones y tres mujeres, de los que solo cuatro pasaron de la infancia: Diego, el primogénito;nota 1​ Dorotea —monja en Toledo—;nota 2​ Pedro y Jusepe o Josénota 3nota 4​ Estos hermanos estuvieron siempre bien avenidos, como declaró Diego Calderón en su testamento (1647):
Siempre nos hemos conservado todos tres en amor y amistad, y sin hacer particiones de bienes... nos hemos ayudado los unos a los otros en las necesidades y trabajos que hemos tenido.3
Sin embargo tenían también un hermano natural, Francisco, que ocultaron bajo el apellido de "González" y fue expulsado de la casa paterna por don Diego, aunque este dejó escrito en 1615 que se le reconociera como legítimo a no ser que hubiera contraído matrimonio "con esa mujer con quien trató de casarse", en cuyo caso sería desheredado.4

D. Pedro Calderón de la Barca
Caballero del Orden de Santiago, Capellán de Honor de S. M. y de Reyes Nuevos en Toledo, Poeta Cómico en quien compitió la invención ingeniosa, con la urbanidad y belleza del Lenguaje. Nació en Madrid año 1601, y murió allí a los 81 años.
El linaje de los Calderón de la Barca es muy antiguo y amplio. El padre fray Felipe de la Gándara escribió un libro sobre esta materia en 1661, cuyo capítulo XII.º "De los Calderones de Sotillo, en la jurisdicción de Reinosa", está dedicado a la rama a la que pertenece el dramaturgo. El escudo de la familia consistía en cinco calderones negros en campo de plata y por orla ocho aspas de oro en campo de gules; portaba el lema "Por la fe moriré".5
Empezó a ir al colegio en 1605 en Valladolid, porque allí estaba la Corte, pero el padre, de carácter autoritario, decidió destinarlo a ocupar la capellanía de San José en la parroquia de San Salvador que había reservado la abuela Inés de Riaño y Peralta al hijo mayor de la familia que fuese sacerdote.6​ Ya en Madrid, la familia se instaló en 1607 en unas casas de la calle de las Fuentes que hacían esquina a la bajada a los Caños del Peral. Pedro Calderón ingresó en el Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid en 1608, situado donde ahora se encuentra el Instituto San Isidro, y allí permaneció hasta 1613 estudiando gramática, latín, griego y teología. Cuando ya llevaba dos años, falleció su madre de sobreparto, así como la niña a que dio a luz (22 de octubre de 1610)7​ En 1613 falleció la abuela Inés de Riaño y se abrió su testamento, en que declaraba su voluntad de que el mayor de sus nietos ocupase la citada capellanía. Don Diego desenviudó al casarse en segundas nupcias en 1614 con la dama Juana Freyle Caldera, de buena pero empobrecida familia; pero también el padre falleció súbita e inesperadamente al año siguiente, el 21 de noviembre de 1615. Por este motivo Pedro, que había ingresado en laUniversidad de Alcalá el año antes, tuvo que interrumpir sus estudios para que se leyeran las abusivas cláusulas del testamento, que indispusieron a los hermanos contra su madrastra,nota 5​ con la que entablaron un pleito aun siendo menores de edad (el mayor, Diego, tenía diecinueve años, pero la mayoría de edad se otorgaba entonces a los veinticinco), fallado con un concierto fechado en Valladolid en 1618.8​ Doña Juana se volvió a casar y los hermanos quedaron desde 1616 bajo la tutela, educación y manutención de su tío materno Andrés Jerónimo González de Henao. En el ínterin, el futuro poeta marchó a la Universidad de Salamanca (1615), donde en 1619 se graduó de bachiller in utroque, esto es, en derecho canónico y civil, sin llegar a ordenarse como había deseado su padre. En 1621 participó en el certamen poético habido con motivo de la beatificación de San Isidro y posteriormente en el de su canonización, en 1622, y ganó un premio tercero.
Decidió dejar los estudios religiosos por la carrera militar y llevó una vida algo revuelta de pendencias y juego. Hubo también problemas en el ámbito familiar, pues los hermanos hicieron declaración oficial en 1621 de su estado de penuria y tuvieron que vender un censo o renta de bienes heredados para poder subsistir.nota 6​ Además, en el verano de ese mismo año él y sus hermanos anduvieron enredados en el homicidio de Nicolás Velasco, hijo de Diego de Velasco, criado del condestable de Castilla, y tuvieron que refugiarse en casa del embajador de Austria hasta que lograron un concierto con los querellantes que exigió el pago de una crecida indemnización.9​ Acaso por estas estrecheces económicas tuvo Pedro que entrar al servicio del duque de Frías, con quien viajó por Flandes y el norte de Italia entre 1623 y 1625 participando en varias campañas bélicas, según su biógrafo Juan de Vera Tassis,10​ aunque falta documentación que lo confirme, y en 1625 marchó como soldado al servicio del Condestable de Castilla. Su primera comedia conocida, Amor, honor y poder, fue estrenada con éxito en Palacio con motivo de la visita de Carlos, príncipe de Gales, el 29 de junio de 1623, por la compañía de Juan Acacio Bernal; siguió en ese mismo año Judas Macabeo, representada por la de Felipe Sánchez de Echeverría, así como otras muchas; en 1626 el primogénito Diego Calderón, ya mayor de edad, pudo vender el oficio de Secretario del Consejo de Hacienda de su padre en la persona de Duarte Coronel a cambio de 15.500 ducados; con ello la familia logró salir de sus apuros económicos.
Desde 1625, fecha de su comedia La gran Zenobia, representada por la compañía de Andrés de la Vega, Calderón proveyó a la Corte de un extenso repertorio dramático: El sitio de Bredá (1626), El alcalde de sí mismo (1627), La cisma de Ingalaterra (1627), y, en 1628, Saber del mal y el bienHombre pobre todo es trazasLuis Pérez, el gallego, y El Purgatorio de San Patricio; pero, en 1629, el irrumpir con sus hermanos en sagrado persiguiendo a un actor, concretamente en el Convento de las Trinitarias de Madrid, donde se encontraba la hija de Lope, le causó la enemistad del monarca de la escena cómica, Lope de Vega, y del famoso orador sagrado gongorino fray Hortensio Félix Paravicino. Calderón correspondió a los ataques de este último burlándose en un pasaje de su comedia El príncipe constante, escrita en ese año, al igual que La dama duende, su primer gran éxito.nota 7​ En 1630 ya era lo bastante famoso como para que Lope de Vega elogiara su talento poético en El laurel de Apolo y en 1632 se ganó también las alabanzas de Juan Pérez de Montalbán en su Para todos. Ejemplos morales.
Con estas y otras comedias fue ganándose incluso el aprecio del mismísimo rey Felipe IV, quien empezó a hacerle encargos para los teatros de la Corte, ya fuera el salón dorado del desaparecido Alcázar o el recién inaugurado Real Coliseo del Buen Retiro, para cuya primera función escribió en 1634 El nuevo Palacio del Retiro. Asimismo, eclipsada ya la estrella de Lope en los teatros, se ganó el aprecio del público en general en la década de los treinta con sus piezas para los corrales de comedias madrileños de la Cruz y del Príncipe. En 1635 fue nombrado director del Coliseo del Buen Retiro y escribió El mayor encanto, Amor, entre otros muchos y muy refinados espectáculos dramáticos, para los cuales contaba con la colaboración de hábiles escenógrafos italianos, como Cosme Lotti o Baccio del Bianco, y expertos músicos para las primeras zarzuelas que se escribieron, como Juan Hidalgo. En estos encargos palatinos cuidaba de todos los aspectos y detalles de la representación y asistía además a los ensayos. En 1636 solicitó y obtuvo del rey el hábito de caballero de la Orden de Santiago, para cuyo disfrute fue necesario solicitar dispensa del papa Urbano VIII, ya que su padre había ejercido el cargo manual de escribano, y su amigo y discípulo Vera Tassis publicó la Primera parte de sus comedias y al año siguiente la segunda, hasta las nueve que llegó a imprimir, si bien se conservan otras tres impresas por editores menos cuidadosos. En 1677 apareció, además, la primera parte de sus autos sacramentales.
Aunque se suele decir que se distinguió como soldado al servicio del almirante de Castilla Juan Alonso Enríquez de Cabrera durante la lucha contra el sitio de Fuenterrabía (1638) que había sido puesto por el duque de Enghien, futuro príncipe de Condé, no está demostrado documentalmente según Ángel Valbuena-Briones; lo cierto es que participó su hermano José, quien fue herido en la pierna derecha; sí es verdad que Pedro Calderón compuso entonces un Panegírico dedicado al citado caudillo de las tropas españolas.nota 8​ Por el contrario, sí participó en la guerra de secesión de Cataluña (1640) en la compañía de caballería de coraceros al mando de Álvaro de Quiñones. Estuvo en la toma de Cambrils y fue herido en una mano en una escaramuza cerca de Vilaseca, aunque la guerra no era menos peligrosa que la estancia en el mundo teatral de la Corte: poco antes, en ese mismo año de 1640, mientras se ensayaba una de sus comedias para los carnavales en el palacio del Buen Retiro surgió una disputa, hubo cuchilladas y Calderón fue herido también, algo que señala José Pellicer de Ossau en uno de sus Avisos, el del 20 de febrero en concreto.11​ Entró victorioso en Tarragona y se portó con valentía en el asalto a Martorell; tras intentar asediar Barcelona, tuvieron que volver otra vez en Tarragona, donde Calderón soportó con entereza el asedio de franceses y catalanes sufriendo hambre y viendo morir de la misma a varios compañeros. Al fin el 20 de agosto de 1641 se logró rechazar el sitio y Pedro Calderón volvió a la Corte a informar al conde-duque de Olivares en calidad de correo de Su Majestad. Participó luego en fracasado intento de tomar Lérida (otoño de 1642) como cabo de escuadra en la compañía de guardas reales, en la vanguardia de la caballería dirigida por Rodrigo de Herrera. De su vocación militar guardó siempre un buen recuerdo, como plasmó en unos famosos versos:
Este ejército que ves / vago al yelo y al calor, / la república mejor / y más política es / del mundo, en que nadie espere / que ser preferido pueda / por la nobleza que hereda, / sino por la que él adquiere; / porque aquí a la sangre excede / el lugar que uno se hace, / y, sin mirar cómo nace, / se mira cómo procede. / Aquí la necesidad / no es infamia; y, si es honrado, / pobre y desnudo un soldado, / tiene mejor cualidad / que el más galán y lucido; / porque aquí, a lo que sospecho, / no adorna el vestido el pecho, / que el pecho adorna al vestido. / Y así, de modestia llenos, / a los más viejos verás / tratando de ser lo más / y de parecer lo menos. / Aquí, la más principal / hazaña es obedecer; / y el modo cómo ha de ser / es ni pedir, ni rehusar. / Aquí, en fin, la cortesía, / el buen trato, la verdad, / la firmeza, la lealtad, / el honor, la bizarría, / el crédito, la opinión, / la constancia, la paciencia, / la humildad y la obediencia, / fama, honor y vida son: / caudal de pobres soldados; / que, en buena o mala fortuna, / la milicia no es más que una / religión de hombres honrados.
P. Calderón, Comedia famosa. Para vencer a amor, querer vencerle, Valencia, 1689, pero escrita en 1650
Por entonces se amplía el palacio del Retiro y se construye un gran estanque de agua, en cuya isla central estrenará en 1640 Certamen de amor y celos. Pero, herido durante el citado sitio de Lérida, obtuvo la licencia absoluta o retiro en 1642 y en 1645 una pensión vitalicia de treinta escudos mensuales como recompensa no solo de sus servicios, sino de los de su fallecido hermano José en Cataluña, aunque se pagó malamente y tras reiteradas reclamaciones del poeta. Estrena sus obras más ambiciosas, las que requieren música (zarzuelas) y más escenografía. Calderón es por entonces un discreto pero activo cortesano y llega a convertirse en un personaje muy respetado e influyente, modelo para una generación entera de nuevos dramaturgos e incluso para talentos tan grandes como los de Agustín Moreto y Francisco Rojas Zorrilla, sus más importantes discípulos. Es más, a partir de 1642 una importante serie de autores franceses empiezan a imitar sus dramas y comedias sin empacho, destacando en especial por su constancia Antoine Le Métel d'OuvilleThomas Corneille y François Le Métel de Boisrobert, mientras que otros imitan solo piezas sueltas.

Monumento a Calderón en Madrid(Joan Figueras Vila1878)
A mediados de los cuarenta, decretados sucesivos cierres de los corrales de comedias a causa de los fallecimientos de la reina Isabel de Borbón (entre 1644 y 1645) y del príncipe Baltasar Carlos (entre 1646 y 1649), así como por las presiones de los religiosos moralistas contrarios al teatro, desde 1644 hubo un lustro sin teatro. Fallecidos sus hermanos José (1645)nota 9​ y Diego (1647), a los que tan unido estaba, el dramaturgo se sumió en una crisis que coincide con la de España, entre la caída del conde-duque de Olivares (1643) y la firma en 1648 de la Paz de Westfalia. Es más, hacia 1646 nace su hijo natural, Pedro José,12​ y Calderón ha de replantearse su vida.
Cesaron las crisis interior y exterior al reabrirse los teatros en 1649 y al convertirse durante unos años (de 1646 a 1649) en secretario del VI.º duque de AlbaFernando Álvarez de Toledo y Mendoza, para lo cual se trasladó a su castillo-palacio de Alba de Tormes; además, ingresó en los terciarios (Tercera orden de San Francisco) en 1650 y se ordenó sacerdote en 1651. Poco después (1653), obtuvo la capellanía que su padre tanto ansiaba para la familia, la de los Reyes Nuevos de Toledo, y, aunque siguió escribiendo comedias y entremeses, desde entonces dio prioridad a la composición de autos sacramentales, género teatral que perfeccionó y llevó a su plenitud, pues se avenía muy bien con su talento natural, amante de la pintura y de las sutilezas y complejidades teológicas. Siguió componiendo espectáculos para los reyes en el Palacio del Buen Retiro y para la fiesta teológica del Corpus, pero ahora se inclina por los temas mitológicos, huyendo así su fantasía de una realidad tan áspera como la que demuestra el fallecimiento de su hijo natural Pedro José en 1657 y la firma de la Paz de los Pirineos en 1659. Entonces ya era el dramaturgo más celebrado de la corte y todavía en 1663 el Rey siguió distinguiéndolo al designarlo como su capellán de honor, hecho que lo obligó a trasladar definitivamente su residencia a Madrid; la muerte del monarca en 1665 marcó un cierto declive en el ritmo de su producción dramática. Es nombrado capellán mayor de Carlos II en 1666. A lo largo de su trayectoria teatral fue algunas veces importunado por los moralistas que veían con malos ojos los espectáculos teatrales, y en especial que los hiciera un sacerdote como él. A ellos les contestó altivamente de esta manera: «O esto es bueno o es malo; si es bueno, no se me obste; y si es malo, no se me mande».
Al final de su vida sufrió algunas estrecheces económicas, hasta el punto de que en 1679 se le concedió por cédula real una ración de cámara en especie para que pudiera abastecerse en la despensa de palacio "en atención a sus servicios de tantos años a esta parte y hallarse con tan crecida edad y con muy cortos medios";13​ pero con motivo del Carnaval de 1680 compondrá su última comedia, Hado y divisa de Leonido y de Marfisa. Falleció a las doce y media de la mañana del domingo 25 de mayo de 1681, dejando a medio terminar los autos sacramentales encargados para ese año. Su entierro fue austero y poco ostentoso, como deseaba en su testamento: «Descubierto, por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida».14​ Su cuerpo fue enterrado en la capilla de San José de la iglesia de San Salvador. Así dejaba huérfanos los teatros quien fue considerado uno de los mejores escritores dramáticos de su época.1516171819202122​ Legó sus bienes a la Congregación de sacerdotes naturales de Madrid, a la que pertenecía. Los madrileños dedicaron a su memoria una hermosa escultura en mármol de Juan Figueras y Vila que fue situada en la plaza de Santa Ana en 1880, frente al castizo Teatro Español.



jueves, 14 de febrero de 2019

A las flores de Pedro Calderón de la Barca


Quien guste de Calderón debe amar a Hafiz....

A las flores

Éstas que fueron pompa y alegría
despertando al albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría.

Este matiz que al cielo desafía,
Iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana:
¡tanto se emprende en término de un día!

A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron:
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

Tales los hombres sus fortunas vieron:
en un día nacieron y espiraron;
que pasados los siglos, horas fueron.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Destellos de Luz


Destellos de Luz

En la primera edición con fecha de 1993 la editorial Sufi con número ISBN 9788487354571 presentó en rústica encuadernación de 264 páginas y en idioma español un libro de 13 por 21.5 cm de su colección Generalife titulado Destellos de Luz de Jami, Hakim. Lo anterior se puede constatar en la infinita red con la siguiente dirección A manera de https://www.alfaomega.es/libros/destellos-de-luz/9788487354571/

A manera de descripción su reseña dice: "Se requiere de los que pasean por estos jardines -que no contienen espinas para ofender ni basura expuesta con propósitos interesados- y los recorren con paso amable contemplándolos con atención, que expresen sus mejores deseos y alegren con alabanzas al jardinero, que tanto trabajo y esfuerzo ha invertido en su planificación y cuidado".


Y sobre Jami (1414-1492) que demuestra que el eslabón de transmisión esotérico de los Khajagan (Maestros) de Asia era el mismo que utilizaban los escritores místicos occidentales: cita como maestros sufíes a Platón, Hipócrates, Pitágoras y Hermes Trimegisto. Sus escritos y enseñanzas fueron tan célebres que los monarcas de su época le irritaban constantemente con ofertas de oro para que adornara sus cortes. "Buscadores hay muchos, pero casi todos son buscadores de ventajas personales; ¡puedo encontrar tan pocos que busquen la verdad!"

lunes, 11 de febrero de 2019

Baharistan 001


Historia universal - Volumen4 - Página 73 - Cesare Cantú, ‎Francisco de Paula Mellado (Madrid) - 1847

La relación que hace Farez en el Baharistan contiene un hecho análogo. Cuenta que habiéndose hecho dueño Alejandro de una ciudad la abandonaba al ...

Cuenta Mirkond, que un hombre mal vestido presentó a Alejandro una petición bien redactada, y que habiendo admirado el príncipe tanto el estilo como las ideas, le dijo después de haberle considerado y mirado de pies a cabeza: ---- Si te hubieras presentado delante de mí con un vestido tan decente como aquel con el que cubres tu pensamiento, tu presencia me hubiera sido más agradable.---- El suplicante replicó al momento: La naturaleza ha dado a vuestro servidor la habilidad del estilo que elogiáis; a vos cuya generosidad es conocida de todos, pertenece darme un vestido digno de aparecer delante de vos.---- Esta justa y moderada respuesta agradó a Alejandro, quien no solo le hizo don de un magnífico vestido, sino que también unió a ello una considerable suma.

La relación que hacer Farez en el Baharistan contiene un hecho análogo, cuenta que habiéndose hecho Alejandro dueño de una ciudad la abandonaba al furor de sus soldados cuando los cortesanos le dijeron que un ilustre plebeyo tenía en su casa. Le hizo presentarse y encontrando que su aspecto no correspondía a su reputación, se volvió hacia sus cortesanos preguntándoles: --¿Qué es lo que me habéis traído aquí? Picado entonces el filósofo improvisó estos versos.

Oh príncipe, cuya inteligencia no iguala a la fama.
¿Por qué mi aspecto te inspira desprecio hacia mi persona?
¿No sabes que nuestro cuerpo no es más que la cubierta de una alma invisible?
¿Por qué juzgas del filo de una espada solo por la vaina?

Y añadió en prosa: “Puede decirse de un hombre falto de virtud, que  su cuerpo es una prisión tan desagradable al alma que cualquiera otra reclusión le parece libertad. Experimenta el malo continuos tormentos y no se necesita para castigarle, guardias ni verdugos; pues su piel le forma una prisión de la cual en vano intentaría salir”
Y Después: “Nada es más razonable que envidiar a los demás los dones que les concedió la naturaleza: El pecho del envidioso está siempre lleno de despecho contra el Criador. Cree que todo lo que los demás poseen ha sido mal dividido, y desea lo que no le ha tocado. Como es la costumbre de los envidiosos, criticar o vituperar a aquél que gobierna y rige al mundo con infinita sabiduría, la boca que así murmura de la Providencia, no merece otra respuesta que llenarla de tierra. Un hombre de tal carácter exclama con motivo de cualquier felicidad que sucede a su vecino o prójimo: ¿Por qué éste ha de tener más que yo?”
Detúvose en estas palabras y Alejandro que admiraba tanto su valor como su sabiduría, le mandó que continuase, aprobando lo que había dicho. Volvió pues, a tomar la palabra: “El sabio da parte de sus riquezas a sus amigos en tanto que goza de la vida. El avaro acumula locamente sus tesoros para sus enemigos. Las burlas que los grandes hacen de los pequeños, son en contra de los mismos grandes y dispensan a los demás consideraciones que se les deben. Aquel que se cansa en maltratar de hecho a aquel que no puede devolverle los golpes, será fácilmente maltratado cuando encuentre quien se atreva a resistirle; y aquel que acuchilla a los demás; un día llegará en que sienta cuán doloroso e injusto es este trato.”
Entusiasmado Alejandro con este discurso perdonó a los ciudadanos que había condenado a muerte y recompensó al filósofo por su consejo que le había dado.


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